Instruir


Todas las personas que somos adultas, entendemos y comprendemos la enorme responsabilidad que conlleva procrear hijos e hijas.

Y es que no sólo se trata de proveerles lo que necesitan para que tengan un desarrollo integral, sino que además somos responsables de prepararles para que puedan vivir adecuadamente en este mundo y que tengan acceso a un tipo de vida que sea agradable ante los ojos del Santísimo.

He visto, a lo largo de los años, como padres y madres dejan de lado el rol de instruir y educar a sus hijos e hijas en manos de las escuelas o colegios, personas que los cuidan u otros miembros de la familia; lo que da como resultado que con el correr del tiempo, estos niños y niñas tengan carencias afectivas, familiares, económicas, y afectación en todo su desarrollo que les impide tener una vida plena; llegando algunos de ellos incluso a transitar caminos realmente oscuros y fuera de la ley.

En Proverbios 22:6 encontramos que dice: "Instruye al niño en su camino, y aún cuando fuere viejo no se apartará de él"; esto implica que la disciplina (y por favor no se confunda con maltrato físico o psicológico) e instrucción que se le debe dar a nuestros hijos e hijas, es responsabilidad de cada padre y madre, independientemente si como pareja están juntos; pues dejar a otros este deber es negligencia e implica un daño casi irreparable en ellos.

Cuando a un niño o niña, se le enseña a comportarse de manera correcta, apegados a la moral y a los principios espirituales, sin duda alguna se convertirán en personas que vivan una vida plena y satisfecha; y más aún si son enseñados en el amor del Todopoderoso.

Encaminar a nuestros hijos e hijas es una responsabilidad ineludible que no podemos trasladar a otros, pues son ellos la extensión de nosotros mismos.

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